Como cada año, el día 31 de diciembre, Camilo se encontraba en su taller, improvisado en casa, reparando zapatos.
Hacía ya cuatro años que Raquel, su esposa, había muerto y sus hijos, a raíz de un incidente con él, habían partido hace ya muchos años a tierras lejanas para nunca volver.
De nada le valió el arrepentimiento a Camilo, a pesar de múltiples intentos por localizarlos, nunca lo logró.
Hacía ya un año había dejado de ir a la iglesia y se había convertido en una persona triste, apartada de todo y de todos.
Ahora solo se refugiaba en su trabajo. Para él estas fechas no tenían ningún significado ya, no había nada por qué celebrar e incluso desde hace algún tiempo abrazaba la idea de acabar con su vida.
El eco de algunos villancicos que uno que otro vecino entonaba llegaba hasta él logrando sumirlo aún más en su profunda tristeza.
Se levantó un momento de su silla y se dirigió a una pequeña estufa de leña donde reposaba una pequeña cacerola con chocolate, se sirvió en una rústica taza de peltre y volvió a su sitio, pero en esta ocasión en lugar de reanudar su trabajo se internó en el mundo de los recuerdos; el sabor del espeso chocolate dibujó claramente en su mente la imagen de Raquel, su amada esposa; era esa antigua receta de ella para hacer ese delicioso chocolate, una de las pocas cosas que le quedaban.
Terminó su chocolate pero aún seguía intacta la imagen de Raquel en su mente, en lugar de volver a su trabajo optó por sentarse en aquella vieja mecedora que conservaba intacto el aroma de su piel, allí se sentía como en el regazo de su amada y el sueño lo envolvió.
De pronto un gran resplandor lo sacó de su profundo sueño. Allí, parado en una esquina, y envuelto en una gran luz, un ángel lo observaba dormir.
Camilo, a pesar de su avanzada edad se incorporó de un salto de la mecedora y se postró de rodillas ante aquel imponente ser, pero el ángel le dijo: - No te postres delante de mí, he venido porque tus oraciones han subido como olor fragante delante de Dios.
Él ha visto tu tristeza y ha recogido en sus manos tus lágrimas. No aflijas más tu corazón. Dios también se ha entristecido pues hace mucho que no has hablado con él. Camilo, ya incorporado, miró con tristeza al ángel y le dijo: - Hace ya cuatro años mi dulce Raquel partió con el Señor, mis hijos no perdonaron mis errores y más nunca supe de ellos, soy un anciano solo y sin el amor de nadie.
-No digas eso Camilo le respondió el ángel Dios me ha enviado a decirte que cada semilla de fe que sembraste entre tus conocidos los últimos años han dado frutos, y el anhelo mayor de tu corazón ha sido escuchado. La respuesta a tu oración ha llegado.
Camilo iba a responder, pero el sonido de unos suaves golpes en su puerta llamó su atención.
No sabía qué hacer, abrir la puerta o continuar su conversación con el ángel. En medio de su duda se percató que los sonidos en la puerta se incrementaban, los golpes eran tan fuertes ya, que lo sacaron de su profundo sueño. Miró a su alrededor buscando al ángel, pero no estaba, no había siquiera rastros de que hubiese estado allí.
Los incesantes golpes en la puerta lo sacaron de sus pensamientos y aún aturdido se dirigió a abrir la puerta.
Allí, en el portal, estaban sus dos hijos, sus esposas y cinco hermosos niños que al verlo se lanzaron al regazo de su abuelo quien no pudo más que elevar su vista al cielo y dar gracias a Dios por tan hermoso regalo.